UN DEBATE MUY REAL (Actividad 4. Introducción a la filosofía de la ciencia. T.7 y 8)

Uno de los debates más vivos en la filosofía de la ciencia es el que trata de aclarar si el mundo que pretendemos estudiar es real o si, por el contrario, se trata de un mero constructo mental. Realismo y antirrealismo se enfrentan así en una discusión que, por su aparente antagonismo, parece lejos de resolverse.

Así como el realismo defiende que existe una realidad objetiva independiente de nuestra mente, el realismo científico propone que las teorías han de ser interpretadas como descripciones aproximadamente verdaderas de la realidad (Diéguez, 2018)[1]. Y, por extensión, aquellas entidades no directamente observables (teóricas) que postule una dada teoría científica han de considerarse como existentes. Sólo esta postura explicaría que el éxito de la ciencia no se deba a una casualidad de origen divino (argumento del no-milagro propuesto por el filósofo estadounidense Hilary Putnam).

Sin embargo, críticos con el realismo cuestionan dicho argumento amparándose en la utilidad de determinadas teorías que, siendo consideradas falsas en la actualidad, habían cumplido en el pasado alguna función explicativa o predictiva con cierta notoriedad. Sería el caso del modelo geocéntrico de Ptolomeo, por ejemplo. No se podría entonces atribuir al éxito de una teoría su conexión con la verdad ya que postulados actuales considerados verdaderos podrían, en un futuro, revelarse como parcial o totalmente falsos. 

Pero entonces, ¿cuál es el motor que mueve a la ciencia en su incesante capacidad de producir conocimiento? Si la teoría ptolemaica daba respuesta a los problemas vigentes en la sociedad del momento, ¿qué fué lo que condujo a Nicolás Copérnico a cuestionar que la Tierra fuese el centro del Universo? ¿No es la búsqueda de la verdad la que da sentido, en bueno medida, al surgimiento de la ciencia? Si negamos la existencia de una realidad objetiva ajena a nuestras construcciones mentales, entonces, ¿la finalidad de la ciencia es meramente instrumental? ¿Debemos asumir que la ciencia carece de compromiso epistemológico con la búsqueda de la verdad? 

En septiembre de 2015 los medios de comunicación de todo el mundo se hacían eco de la detección de la onda gravitacional GW150914. Aunque la mayoría de nosotras desconocíamos por qué tanto revuelo, físicas y astrónomas nos explicaron que dicho descubrimiento demostraba la existencia material de unas entidades que hasta entonces eran teóricas. Las ondas gravitacionales habían sido propuestas por Albert Einstein cien años antes y, aunque no las pudo observar directamente, el corpus teórico elaborado por el físico, sus predecesoras y sucesoras, fue capaz no solo de establecer exactas predicciones sino también de aplicarse en numerosos ejemplos prácticos cuyo éxito sería difícilmente atribuible a la casualidad. 

Curiosamente (o no), lo que se presentó como un revelador descubrimiento que demostraba la correspondencia de una teoría con la realidad que trataba de explicar, no sirvió para avanzar en un debate que, por su contraposición de enfoques, parece irresoluble.

 

 

 

 



[1] Diéguez, A. (2018) “Realismo científico”, Enciclopedia de Filosofía de la Sociedad Española de Filosofía Analítica (URL: http://www.sefaweb.es/realismo-cientifico/)

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