KARL POPPER Y EL PROBLEMA DE LA DEMARCACIÓN
Cuando hablamos de filosofía de la ciencia difícilmente podremos eludir el llamado “problema de la demarcación” que, a grandes rasgos, tendría como finalidad estipular criterios para distinguir qué es lo que podemos considerar ciencia y qué no. Esta intención no es reciente, sino que se remonta al propio Aristóteles y, pasando por Galileo Galilei, Newton o los intensos debates del siglo XX entre el positivismo lógico y la concepción popperiana, el “problema” llega hasta nuestros días.
Uno de los más influyentes teóricos sobre esta cuestión fue Karl Popper, que en la década de los 30 establecía el falsacionismo como criterio de demarcación entre lo que es ciencia y lo que no. Según el filósofo austríaco, la investigación científica daría comienzo con el enunciado de hipótesis y, éstas, al ser contrastadas con la experiencia, nunca podrían ser aceptadas, sólo falsadas si la observación no tiene lugar. Dicha teoría es sustentada en la negación popperiana de la posibilidad de conocer el mundo, es decir, Popper afirma que no podemos inferir enunciados universales a partir de enunciados singulares, negando con ello la validez del método inductivo y de teorías a la luz de las cuáles se pueden explicar gran cantidad de fenómenos, como es el caso del marxismo.
En ese sentido, el motor del conocimiento para Popper no es la acumulación de teorías verificadas sino la superación de teorías falsas, de ahí que se hable de una “concepción negativa” del progreso científico.
Pero, ¿es suficiente o válido este criterio de demarcación? No hay duda de que nos plantea problemas de notoria envergadura: uno de ellos ya surge en las propias ciencias naturales con la teoría de la selección de Darwin (1859), que Popper llegó a considerar “metafísica” (retractándose posteriormente) por no ser susceptible de falsabilidad. ¿Nos imaginamos el conocimiento científico actual sin ser leído a la luz de la teoría de la evolución?
Paralelamente, surgen contradicciones en el caso de las ciencias sociales y
su dificultad o imposibilidad de establecer predicciones siguiendo el paradigma de las ciencias naturales. De hecho, Popper dirigió
duras críticas al marxismo; críticas que aplicadas a cualquier otra teoría económica conducirían a las mismas conclusiones, pues todas ellas serían infalsables siguiendo el mismo
criterio popperiano. Cabe señalar que el autor que nos ocupa era defensor de la "sociedad abierta" de carácter liberal.
Por otro lado, hipótesis no científicas pueden incluso ganar el status de científicas por ser falsables. En este sentido se pronunciaba Mario Bunge en 100 ideas (2006)[1] afirmando que, según Popper, la hipótesis de que la Tierra era plana antes del viaje de Magalhães, habría sido científica porque era falsable. Sin embargo, dicha idea contradiría todo el conocimiento científico acumulado hasta entonces, como por ejemplo el cálculo del diámetro de la Tierra por Eratóstenes diecisiete siglos antes.
En síntesis, dada la complejidad de la ciencia actual, parece difícil hacer una demarcación clara entre lo que es ciencia y no ciencia en torno a un único criterio, de ahí que el propuesto por Popper, aunque interesante en muchos aspectos, se revele insuficiente.
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