ALFABETIZACIÓN CIENTÍFICA: QUÉ, CÓMO Y PARA QUÉ? (Tarea 4B. Epistemología y cultura científica)
Cuando abordamos el concepto de cultura científica, sus orígenes y evolución, necesariamente hemos de topar con la noción de alfabetización científica. Esta última carece de una definición consensuada y precisa, pero sus más influyentes teóricos la han descrito inicialmente desde el punto de vista del nivel de comprensión social de contenidos de carácter científico. Con dicha definición como punto de partida, surgió la necesidad de establecer indicadores para diagnosticar el nivel de comprensión pública de la ciencia y la actitud ante la misma. De ellos, derivaron conclusiones que coincidían en considerar que la sociedad padecía un déficit de conocimiento en CyT por lo que serían necesarias campañas de alfabetización científica que, además, supondrían una correlativa mejora de la percepción social de la ciencia.
Sin embargo, la hipotética relación que atribuye a la mejora de la alfabetización científica una actitud social más positiva o confiada ante la ciencia no está exenta de interrogantes.
Para empezar, cabría plantearse si el concepto de alfabetización científica es el más adecuado tal y como está concebido. Explicar el problema comunicativo que existe entre la esfera productora de conocimiento científico y el resto de la sociedad, amparándose en que ésta última no está preparada para comprender a la primera, no deja de ser un enfoque monolítico e incluso elitista. Cabría pensar, por este planteamiento, que los científicos/as no consiguen comunicarse con un iletrado auditorio que, además, les da las espaldas con su desdén y desprecio. De ahí que fuese necesario alfabetizar a la población para que ésta valore el trabajo científico.
La encuesta de percepción social de ciencia y tecnología (FECYT, 2018) arroja que, si bien el interés espontáneo por la CyT no es superior al 20%, la valoración que la población hace de los y las científicas es muy alta: 4,35 sobre 5.[1] Estos datos resultan un tanto contradictorios con la premisa de que un mayor conocimiento científico, implica una actitud más positiva hacia la ciencia pues, a priori, no reflejan una relación entre interés o comprensión y aceptación.
Paralelamente, en 2019 salía a la luz un artículo que, con base en los resultados del barómetro del CIS de 2018, proponía que el perfil de las principales consumidoras de productos homeopáticos en España, eran mujeres de clase media-alta, de unos 46 años de edad y con estudios superiores[2]. Si bien dichas conclusiones fueron presentadas de un modo más sensacionalista que informativo por los medios de comunicación, tal vez también nos ofrezcan pistas en el dilema que nos ocupa.
Por otra parte, también cabría detallar qué se entiende por estar alfabetizado en ciencia y tecnología pues aquí resurge el viejo debate, omnipresente en la teoría de la educación, sobre qué implica aprender y comprender. ¿Cómo evaluar la alfabetización científica de los y las ciudadanas sin caer en las tópicas preguntas sobre conceptos y procedimientos considerados básicos? ¿Podemos considerar que si una persona identificase a la perfección los orgánulos de una célula eucariota necesariamente está alfabetizada?
Por último, y no menos importante, deberíamos explicar qué entendemos por ciencia pues en los debates sobre cultura científica entendida como alfabetización, podría parecer que la ciencia es concebida como un comportimento estanco, retratada socialmente como un selecto grupo de brillantes mentes, a menudo pensadas con bata blanca, que consiguen grandes logros para la humanidad y por lo tanto los debemos apoyar. Claro que, esta visión elitizada de la ciencia, tiene sus riesgos, pues detrás de aquel ciudadano que, asombrado por la extraordinaria inteligencia de los científicos y científicas, confía plenamente en ellas, habrá otro que, no se fía de una esfera que percibe tan lejana y poco familiar.
Por todo ello, considero que justificar las reticencias o temores a la ciencia exclusivamente en la ignorancia y desconocimiento de la población, tiene sus consecuencias. Por un lado, nos instala en la autocomplacencia carente de crítica, impidiendo revisar aquellos aspectos en los que, sin duda, la ciencia nos falla. Ya sea por defectos comunicativos, por deformaciones inherentes a la presión del contexto político y socioeconómico, por irresponsabilidades o porque simple y llanamente carece de infalibilidad, la ciencia también falla. Efectivamente, sus posibilidades de error son ampliamente reconocidas, pero dicha honestidad, ha de acompañarse de estrategias de mejora, nunca de paralítica resignación.
Por otro lado, redunda excesivamente en esa artificial separación de dos esferas: la ciencia y la sociedad. Podría parecer que la ciencia es patrimonio y responsabilidad de unos pocos y pocas elegidas por sus habilidades, como si el método científico sólo se aplicase en unos espacios concretos habilitados para ello y no se tratase de un procedimiento construido como producto histórico del conjunto de la humanidad y aplicable en todas las facetas de nuestro quehacer diario.
En síntesis, atribuir a la ignorancia las retincencias de la población con la ciencia, presupone una relación dificil de demostrar a la luz de los indicadores utilizados hoy en día, evade responsabilidades y de algún modo infantiliza a una sociedad cuya apropiación y percepción de la ciencia no sabemos exactamente cómo medir.
[1] Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, FECYT (2019) Percepción social de la ciencia y la tecnología 2018
[2] Cano-Orón, Mendoza & Morena (2018) ‘Perfil sociodemográfico del usuario de la homeopatía en España’. Atención Primaria Volume 51, Issue 8, October 2019, Pages 499-505. https://doi.org/10.1016/j.aprim.2018.07.006
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