PARTICIPACIÓN CIUDADANA Y ACCESO AL CONOCIMIENTO (Tareas temas 3 y 4: Comunicación institucional de la ciencia)

 Vivimos en la llamada “Era de la información”, donde las oportunidades y facilidades aportadas por Internet y el avance de las TIC son difícilmente cuestionables. Nunca había sido tan cómodo y sencillo acceder a la información; baste con verbalizar aquello que nos interesa, y el propio reconocedor de voz del dispositivo, lo busca.

Las instituciones de producción de conocimiento científico y sus estructuras comunicativas (cuando estas existen) no son ajenas a dichas potencialidades y han intentado adaptarse con mayor o menor éxito al nuevo marco. En este sentido, estudios como el realizado por González y col. (2018)[1] apuntan a que las UCC+i han conseguido llegar a los medios de comunicación, hasta el punto de que estos dependen en buena medida de la información ofrecida por las primeras, pero también señalan que los medios digitales realizan una cobertura limitada de la información científica al ser las fuentes muy escasas o estar firmadas por agencias.

Surge pues el debate de si el volumen de datos que hay en la red se puede considerar información y si se cumple la relación “a más información => mejor informadas/s”.  ¿Podemos considerar una gran oferta de contenidos en red como democratización del conocimiento? Y yendo más lejos, ¿podemos afirmar que el acceso a Internet está realmente haciendo a la ciudadanía más participativa?

Gema Revuelta De la Poza, tras su análisis con periodistas especializados en salud y biomedicina, concluye que la distribución de la información está ahora bajo el control ejercido por las redes sociales y que estas responden a algoritmos comerciales[2]. Además, también alerta de la progresiva entrada de información por parte de fuentes más diversas, lo que incluye más fuentes expertas, pero también no expertas, promotoras de fake-news o que responden a intereses declarados o no.

A su vez, Michele Catanzaro[3] en su artículo “Ciencia y medios: círculo vicioso o virtuoso” también nos señala las “cloacas” de la relación existente entre las instituciones científicas y el periodismo, no exentos de responder a intereses individuales o corporativos: necesidad de reconocimiento individual del científico/a o periodista, búsqueda de titulares sensacionalistas, vínculo con empresas interesadas en la emisión de una determinada información… son algunos de los ejemplos enumerados por el autor.

Vemos, por lo tanto, que la oferta de información no necesariamente implica un acceso al conocimiento, no solo porque esta pueda ser inexacta o de baja calidad sino porque también puede ser errónea o manipulativa.

Con todo, no se trata de cuestionar el mucho y buen trabajo que desde numerosos espacios de divulgación científica se hace, ni de atribuirle a estos toda la responsabilidad de la aún profunda brecha existente entre la ciencia y la sociedad.

Precisamente, sobre esta última problemática nos ofrecen luz López Pérez y Olivera Lobo (2019)[4], con su análisis sobre cómo la ciencia excelente es (o no) capaz de fomentar la participación del público en el proceso de investigación a través de las aplicaciones web 2.0. Los resultados no son muy alentadores pues concluye afirmando que hay un desaprovechamiento claro de dichos recursos: solo un 23,9% de los proyectos científicos analizados cuenta con una web propia y se constata una infrautilización de las redes sociales (sólo un 15%). Claro que cabría preguntarse cuáles son las verdaderas causas de ese desaprovechamiento. ¿Responden a un oscuro propósito y no pueden o quieren divulgar su trabajo? O, abandonando la lógica perversa y conspiranoica, ¿contaban dichos proyectos con financiación y recursos suficientes para cubrir la necesidad informativa? ¿existen organismos efectivos que de algún modo impongan la difusión de trabajos científicos? ¿cuentan dichos proyectos con la formación suficiente para divulgar sus avances?

En síntesis, si bien internet es una herramienta imprescindible y decisiva para avanzar en la difusión y democratización de conocimiento, en numerosas ocasiones exaltamos sus enormes virtudes y nos olvidamos de sus debilidades. Afirmar que toda la población tiene acceso al conocimiento no sólo es falso, sino que roza la reaccionaria autocomplacencia. Sin educación, sin comprensión, sin participación, sin inclusión, no hay construcción de conocimiento.

Acceder al conocimiento no sólo pasa por facilitar el acceso a contenidos, también implica saber buscar, saber discriminar información veraz de información falaz, entender el mensaje, identificar necesidades informativas… y todos estos requisitos no siempre se cumplen. Por ello, no sería justo atribuir a las instituciones científicas toda la responsabilidad del déficit cultural en el campo de la ciencia. Agentes como los medios de comunicación tienen una significativa influencia, pero no debemos olvidar a las propias instituciones educativas, principales responsables por ley de propiciar el acceso a la cultura de la sociedad.

Sin un diálogo e interacción fluida entre las instituciones científicas y las educativas, difícilmente podremos implementar sinergias y crear un horizonte estratégico que vise la mejora de la cultura científica en todos los estratos de la sociedad.



[1] González-Pedraz, C., Pérez-Rodríguez, A. V., Campos-Domínguez, E. y Quintanilla Fisac, M. A. (2018). Estudio de caso so­bre las Unidades de Cultura Científica (UCC+i) españolas en la prensa digital. Doxa Comunicación, 26, 169-189.

[2] Revuelta-De-la-Poza, Gema (2018). “Journalists’ vision of the evolution of the (metaphorical) ecosystem of communication on health and biomedicine”. El profesional de la información, v. 28, n. 3, e280310. https://doi.org/10.3145/epi.2019.may.10

[3] Catanzaro, Michele (2016) “Ciencia y medios: ¿círculo vicioso o virtuoso?. Investigación y ciencia. Diciembre 2016

[4] López-Pérez, Lourdes; Olvera-Lobo, María-Dolores (2019). “Participación digital del público en la ciencia de excelencia española: análisis de los proyectos financiados por el European Research Council”. El profesional de la información, v. 28, n. 1, e280106. https://doi.org//10.3145/epi.2019.ene.06

 

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